LA VIEJA Y LA NUEVA AVIACIÓN

Por: Carlos Gómez-Mira

Hace muchos años, tantos que seguramente la mayoría de los que lean estas líneas no habían nacido, hubo un piloto inglés, Neil Williams, que compitiendo en los campeonatos del mundo de acrobacia que se celebraban en Bilbao en 1964, fue entrevistado por un reportero, y ante la pregunta de qué cualidades tenía que poseer un buen aviador, dijo una definición, que caló en mi cerebro con unas profundas raíces, y que hoy todavía conservo.

El bueno de Neil, que más tarde en 1977 perdería la vida estrellándose con la reliquia de un He-111 que llevaba en vuelo ferry de Madrid a Inglaterra, dijo textualmente: El piloto de aviación, debe tener: ALEGRÍA, CORAZÓN, CEREBRO Y UNA PEQUEÑA DOSIS DE LOCURA.

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Para mi eso significa que Alegría es sinónimo de que disfrutes plenamente de tu trabajo/afición. Todos los que en la aviación, ven tan solo una manera de ganarse la vida, me parecen personas tristes. Tienes que ser apasionado de lo que hagas, sea volar, o tocar el violín, pero que estés enamorado de tu trabajo, que para ti no sea eso sino una pasión, que incluso te parezca mentira que te paguen por hacer esa labor, pues tú casi pagarías por ello.

Corazón significa que en esta profesión, cada día en menor medida afortunadamente, te tienes que enfrentar con emergencias o situaciones de dificultad o peligro, y debes de tener la serenidad para salir adelante, para no “temer al miedo”.

Cerebro, en un complemento de la anterior. Frialdad a la hora de tomar decisiones, y sobre todo los conocimientos técnicos que te van a dar esa seguridad para salir victorioso ocurra lo que ocurra y poder hacer frente a las más difíciles y peligrosos vuelos.

Y por último esa pequeña dosis de locura. El que sigue totalmente a rajatabla las ordenanzas, las reglas más estrictas, carece de esta cualidad, que está ligada con la improvisación, con la alegría de vivir. Decíamos en la “mili” que las ordenanzas están hechas para que las sigan los tontos y sirvan de guía a los inteligentes. El que, cuando acabe su vida aeronáutica, no sea capaz de contar, alguna “aventurilla” aeronáutica, pues toda su vida ha sido una reglamentación continua, creo que habrá sufrido una aviación muy triste.

¿Cómo ha cambiado esto con los tiempos? En unas cosas hemos mejorado y en otras empeorado. En primer lugar, hemos ganado toneladas de seguridad en vuelo, y esto es quizás lo más importante. En la aviación militar el índice de accidentes es ya muy bajo. Antes nos sobraban alegría y sobre todo esas pequeñas dosis de locura, que no eran dosis, eran al por mayor. Se perdían compañeros, y amigos en accidentes, que en la mayoría de los casos eran indisciplinas en vuelo y locuras continuas.

Foto: Dos Mirage F1 volando en formación ( Ejército del Aire )
Foto: Dos Mirage F1 volando en formación ( Ejército del Aire )

En la aviación civil, ahora casi se puede decir que los accidentes no existen. La aviación ha dejado de ser una profesión de riesgo. Cuando no había aviones de reacción ni rádares, ni cabinas presurizadas, raro era el invierno en que un avión de pasajeros no acababa su existencia contra una montaña. Se volaba tan solo a unos miles de pies sobre las cumbres, tragándose, hielos, turbulencias, ondas de montaña, que nadie sabía lo que eso era etc.

Pero se ha perdido en gran medida la alegría. Para muchas personas, la aviación, principalmente la comercial, es tan solo “un modus vivendi” una manera de ganarse los garbanzos, antes de una forma bastante generosa, y ahora por desgracia rozando el “mileurismo”. Muchos pilotos se aproximaron a este trabajo, no por pura vocación, sino por hacer algo que seguramente era menos trabajoso que estudiar una carrera universitaria, y que rendía más beneficios monetarios, en forma de salarios abundantes. Lo que les llamaba la atención, no era la máquina, el aeroplano, volar, sino que su atractivo, era el dinero que iban a percibir por su trabajo, el uniforme, la vida cosmopolita, las azafatas…

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Y por último respecto a la pequeña dosis de locura, ahora eso está erradicado y casi penado bajo serias amenazas. Hace bastantes años, cada piloto tenía su personalidad, volaba “a su manera”. Pero llegó la estandarización. Ya casi no se puede ni mantener un diálogo en la cabina, ¡Ay los callouts! ¡Anatema el que se salga de ellos! Hace muchos años, la cabina era un lugar de chanzas y chirigotas, ahora más bien parece el ambiente de una sala de operaciones durante un trasplante de corazón: Pinzas… bisturí… pulso…

Gear Up… Speed, alt star… stabilized… hundred above. Si ahora dices; oye tío ponme ciento ochenta nudos de velocidad, te pueden contestar. ¡Has dicho “ponme” en lugar de decir “set speed one eight zero”!

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Acerca de Carlos Gómez-Mira

Carlos Gómez-Mira
Carlos Gómez-Mira se inició en la aviación como piloto de vuelo a vela a la edad de quince años. Posteriormente ingresó en la Academia General del Aire. Posteriormente hizo el curso de caza y ataque en Talavera la Real, y acabó destinado en el Ala de Caza nº1 en Manises (Valencia) durante 9 años.

Abandonó el Ejército del Aire a la edad de 33 años, ingresando en la Compañía Iberia, en la cual estuvo volando hasta su jubilación, aunque desde los 60 a los 65 años, voló para Iberia pero en el wet lease de Audeli, volando el B-757, el A-340 y el A-320. Ya jubilado, continúa volando en veleros y avionetas.

Gran aficionado al vuelo a vela, ha sido campeón de España y de Castilla León varias veces. Acumula más de 26.000 horas de vuelo y además de su vocación aeronáutica es un gran aficionado a la escritura, habiendo ya publicado tres novelas, además de otros libros de relatos o técnicos.