Por: Rafael Llamas Blanco. 21-06-2024
La Comisión Europea ha aprobado la compra de Air Europa por parte de IAG con fecha 20 de agosto. La fecha, un tanto fatídica para la aviación comercial española, es bien recordada por todos, y nos retrotrae a la difunta Spanair en 2008. Esperemos que no sea premonitoria de lo que está por acontecer.

Ignoramos cómo reaccionará el mercado y la oferta; no debería preocuparnos más que el hecho de que desplazarnos de Madrid a París o Roma —por ejemplo, un 20 de agosto—vaya ahora a salirnos por la nada desdeñable cifra de 500 euros ida y vuelta. Quién sabe si obligando a más de una economía doméstica a recuperar los viajes en coche al pueblo. Que, en su día, supusieron todo un avance para la clase trabajadora pero que, ahora, difícilmente puedan considerase tal. Pero, salvajadas mercantilistas de oferta y demanda aparte, ¿qué ocurrirá con los puestos de trabajo? ¿Lo de siempre?
Parece que Europa y la CNMC están más preocupada por preservar y garantizar el correcto funcionamiento de la transparencia en el mercado de la competencia que por los puestos de trabajo, de las personas.
Las empresas aeronáuticas no son hermanitas de la caridad, hasta ahí todo claro. Pero las condiciones para una salida digna de empleados en estas adquisiciones deberían primar tanto o más en Europa y en los tribunales y demás comisiones que las consideraciones de protección de la competencia.
Los mecanismos judiciales que entran en juego para la defensa y derechos que asisten a los empleados que se van a ir a la cola del paro en este tipo de macro operaciones económicas, presumiblemente con una mano delante y otra detrás, deberían modernizarse y blindar salidas justas y bien remuneradas (acorde al precio de sus billetes a Roma o Paris, —que aquí la inflación nos afecta a todos por igual, señores—) para la que se va a volar a las 5 de la mañana, o para el empleado de handling que recibe esa aeronave dos horas antes en plena noche. Empleados vocacionales donde los haya, pero con las mismas preocupaciones y facturas que abonar que el que va a celebrar al Horcher de turno el brillante cierre de su operación corporativa.
Y aunque esté más que probada la capacidad de nuestros políticos para vendernos lo reprobable como beneficioso, lo espurio como legítimo, un par de subrogaciones por aquí y otras tantas bajas incentivadas por allá, —porque no somos tan pérfidos como su raciocinio le dicta— el mayor activo de las aerolíneas es y siempre será, su capital humano. De atribuirles la dignidad que ameritan, no llevarían a efecto lo que, presumiblemente, acabará sucediendo. Agárrense, vienen curvas.