VOLAR POR DIVERSION. TO FLY FOR FUN

Por: Carlos Gómez-Mira

Cuando se acerca el verano, los pilotos de vuelo a vela, empezamos a soñar con los vuelos que vamos a hacer durante la canícula. Las temperaturas suben y con ellas las térmicas se disparan. El primer vuelo decente de este verano, lo pude hacer el día 6 de Junio.

Llegué a Santo Tomé (LETP) casi a media mañana. Viento sur fuerte, lo que llamamos localmente “sotavento”. Un mal día. Con esa situación, apenas hay ascendencias en la zona del aeródromo, y salir de allí es difícil. Decido que no merece la pena ni siquiera preparar el avión. Según mi experiencia, a medida que se incremente la temperatura, aumentará el viento empeorando las condiciones.

Pero el milagro se produce. Pasadas las tres de la tarde, la situación llega casi hasta la calma, y el cielo se empieza a poblar de nubes. Animo a mi buen amigo Stephen Olender a montar su avión, un Ventus 2C, que es casi idéntico al mío, y salir a devorar kilómetros.

Montar un velero moderno se hace en menos de 10 minutos entre dos personas. También sacamos mi avión del hangar y le ponemos la punta de las alas con los winglets.

Cuando muchos de los que estaban en la pista se van a marchar a comer, a las 3 y media de la tarde estamos listos para salir, Despega Steve, y unos 20 minutos después lo hago yo.

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Foto: El autor en su velero. ©Carlos Gómez-Mira

 

Me cuesta un poco engancharme, pero ¡por fin! encuentro una buena térmica. Hay convergencia, dos masas de aire que chocan y forman como una “ola” en la atmósfera marcada por alineaciones de cúmulos que se extienden hacia el Oeste. Empiezo a “andar” cerca de las cuatro menos cinco, ¡demasiado tarde para intentar algo bueno!

Cuando llego casi al techo máximo permitido por el TMA pregunto a Steve por dónde está y me dice que llegando a Segovia. Me lleva unos 40 Km de ventaja. El día ahora es muy bueno, y apenas tengo que virar, pues voy como haciendo “surf” debajo de las nubes por su parte de barlovento. Cuando atravieso una zona de fuerte ascendencia, pego un tirón, pongo el velero casi “frito” de velocidad con el flap al máximo, permitiendo que la burbuja caliente me empuje hacia arriba, y cuando el aire deja de subir, flap negativo, dejo que el avión se embale y me mantengo cerca de los 200 Km/h. Así subiendo y bajando, como un delfín sumergido en el azul, avanzo con relativa rapidez, el balance es que más o menos mantengo una media de altura casi constante.

Llegando a Segovia, Steve me dice que está ahora cerca de Villacastín. Mantenemos la misma distancia, quizás voy un poco más rápido que él, lo cual no es extraño, vuelo con mayor carga alar que la que él lleva en su avión.

¡Lástima que no se pueda llegar al techo máximo de la base de nubes! Seguimos dentro del TMA de Madrid, y la altura permitida son cerca de los 1.900 metros sobre el suelo. Como cosa curiosa todos los instrumentos de los veleros suelen estar en métrico, velocidad en Km/h, altura en metros, velocidad vertical en metros por segundo etc. Tributo que todavía se hace a los inventores del vuelo a vela, los alemanes, que crearon este deporte allá por los años veinte del pasado siglo, cuando ellos usaban este sistema de medidas.

¡Por fin! un poco antes de sobrepasar Ávila, ya estoy fuera del TMA de Madrid. En la primera ascendencia fuerte que pillo, me meto en ceñida espiral, subiendo hasta el techo máximo en la base de las nubes. Estoy casi a 4.000 metros sobre el nivel del mar. El termómetro exterior me dice que la temperatura es de 5 grados sobre cero. Como hace frío y voy vestido con un polo y pantalones cortos, cierro todas las entradas de aire de la cabina, para mantener el calor. Así vuelo en un silencio casi total, pues la estilizada aerodinámica del velero hace que no se perciba casi ningún ruido debido a la velocidad, tan solo un suave rumor que produce el aire al deslizarse sobre las alas.

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Foto: Avila vista desde el avión del autor. ©Carlos Gómez-Mira

Paso Ávila un poco por el norte y algo después veo otro velero virando más alto que yo. Es Steve. Nos juntamos, y cruzando el valle de Amblés vamos hacia la Sierra Paramera. Pasamos Villatoro, y llego hasta Piedrahita. Son las cinco y media pasadas. Tengo miedo de que se cubra el cielo, y las condiciones se degraden. Es ya un poco tarde, y normalmente hacia las 7 las ascendencias empiezan a flojear, sobre todo si el cielo está muy cubierto y la insolación se degrada. Le digo a Steve que me doy la vuelta. Él me dice que va a proseguir hasta el Barco de Ávila.

Me doy un paseito pegado a la montaña de Gredos en donde todavía se ven parches de nieve. El panorama es precioso en el valle del Alberche, sobrevolando la cara norte de las montañas. Las lagunas tienen el agua tan limpia que se ven las piedras del fondo debido a su trasparencia. Voy haciendo algunas fotos, y el camino de vuelta es muy fácil. Un poco antes de entrar de nuevo en el TMA, llegando a Ávila, subo hasta la base de las nubes y a partir de ahí, teniendo que respetar los techos máximos permitidos voy “surfeando” sin dar una sola vuelta hasta Somosierra. En total cerca de 125 Km sin pegar un solo viraje.

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Foto: Vista de Gredos vista desde la cabina del avión del autor. ©Carlos Gómez-Mira

Llego sobre mi “campo”. Unas pocas maniobras para perder altura y después de tres horas y un minuto, cerca de las siete de la tarde, aterrizo en Santo Tomé.

El “logger”, el registrador de vuelo, me dice que he volado 372 Km a una media de 147 Km/h. Teniendo en cuenta el tiempo que he estado “cebolleando” cerca de Gredos, habré sacado una media de velocidad de cerca de 160 Km/h, casi cien millas por hora, sin gastar ni un gramo de combustible. A pesar de que llevo un montón de años dedicado al vuelo a vela me sigue sorprendiendo lo que se puede correr en un avión de este tipo aprovechando tan solo las fuerzas que nos ofrece la naturaleza. Es tan llamativo como los tremendos catamaranes de competición, que llegan a navegar a más de 40 nudos en el mar.

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Foto: El autor aproximando al campo con su avión. [foto cedida por Javier Guerrero]

No intenté ni batir ningún record, ni hacer algo especial en este vuelo. Tan solo pasarlo bien, “to fly for fun”. Pero es un ejemplo de lo bonito que puede llegar a ser el vuelo a vela. Es curioso que cuando vuelas en un avión, sientes que vas montado en esa máquina. Cuando vuelas un velero, “tú” eres el avión. Notas cómo el aire se mueve por tus alas, percibes los “meneos” y de acuerdo a ellos reaccionas, abriendo o cerrando los virajes en las térmicas. Es algo muy intuitivo basado en tus sensaciones de los movimientos del aire. El verdadero vuelo a vela, comienza, cuando ya no sientes un campo de aviación debajo de ti. Eres como una barquilla que flota en al aire, pero que tiene la fea costumbre de que, gracias a la fuerza de la gravedad, se quiere ir constantemente hacia la madre tierra. Depende de tu habilidad, que se mantenga “a flote”, que sigas volando sobre montañas ríos y pueblos, y nadie de los que hay allá abajo nota tu presencia, pues vuelas en silencio. Te hermanas con los pájaros, pues estos no son un peligro como en el resto de la aviación, los buitres y las águilas son tus amigos y vuelas junto a ellos, compartes tu aventura con ellos.

He tocado casi todos los “palos” de la aviación, el avión de caza, la acrobacia, el vuelo en los grandes aviones de transporte, la aviación ligera… pero nada es comparable a un bonito día de vuelo a vela cabalgando cientos de kilómetros bajo las nubes acompañado tan solo por el suave sonido del aire y gozando de un paisaje incomparable dentro de una burbuja trasparente que es la cabina de un velero. Cuando llegas a tu casa y disfrutas del descanso por la noche, antes de dormirte, cierras los ojos y vuelven a desfilar por tu mente las imágenes embriagadoras de la aventura aérea, la luz, el cielo azul, el silencio, las nubes…

Acerca de Carlos Gómez-Mira

Carlos Gómez-Mira
Carlos Gómez-Mira se inició en la aviación como piloto de vuelo a vela a la edad de quince años. Posteriormente ingresó en la Academia General del Aire. Posteriormente hizo el curso de caza y ataque en Talavera la Real, y acabó destinado en el Ala de Caza nº1 en Manises (Valencia) durante 9 años.

Abandonó el Ejército del Aire a la edad de 33 años, ingresando en la Compañía Iberia, en la cual estuvo volando hasta su jubilación, aunque desde los 60 a los 65 años, voló para Iberia pero en el wet lease de Audeli, volando el B-757, el A-340 y el A-320. Ya jubilado, continúa volando en veleros y avionetas.

Gran aficionado al vuelo a vela, ha sido campeón de España y de Castilla León varias veces. Acumula más de 26.000 horas de vuelo y además de su vocación aeronáutica es un gran aficionado a la escritura, habiendo ya publicado tres novelas, además de otros libros de relatos o técnicos.