VUELO A LADERA EN ENERO

Por: Carlos Gómez-Mira

Podríamos decir que el vuelo a vela es casi una actividad veraniega. Cuando el calor aprieta, la atmósfera entra en ebullición. Las altas temperaturas que coge el terreno se trasmiten al aire que está pegado a la tierra, y eso hace, que por las diferencias en el calentamiento se formen burbujas, las térmicas, que ascienden en la atmósfera. Son como las pequeñas esferas de aire que se forman en un líquido cuando lo ponemos a hervir. Gracias a ellas, volando en su interior, los veleros ascienden como las grandes aves rapaces y, después, trasforman su altura en distancia en prolongados planeos. Esta es una de las maneras de volar a vela, no solo la única.

Pero curiosamente el vuelo sin motor no empezó así. El vuelo a vela, resultado del Tratado de Versalles, que prohibía a los alemanes, después de la Primera Guerra Mundial, volar “con aviones de motor” no decía nada de volar “aviones sin motor”. Los germanos encontraron así una válvula de escape, para poder hacer alguna actividad aeronáutica.

Lo iniciaron en unas colinas del macizo del Rhon, no muy lejos de Fulda, inventando unos artefactos, que eran en realidad aviones desprovistos de motor. ¿Como los lanzaban al aire? Pues como no podían arrastrarlos con una avioneta, no había aviones de motor, lo hacían por medio de grandes gomas, que enganchadas en el morro, y tiradas por unos cuantos voluntarios, mientras otros sujetaban la cola del avión, eran tensadas, y cuando la tensión era muy fuerte, al soltar los que sujetaban la cola, el avión, salía lanzado al aire, como un gigantesco “tira-chinas”.

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Lanzamiento de un velero desde los montes Rhon.
Se observan los voluntarios y las gomas para lanzar el avión

En un principio, tan solo se trataba de planear colina abajo hasta tomar tierra en un prado al borde de la pendiente. Pero a no mucho tardar descubrieron que cuando había brisa, el aire al chocar con la ladera de la montaña, ascendía para superar el obstáculo creando una ascendencia delante de la montaña. Poco a poco los vuelos ya no eran solo de “puros planeos” sino que se podían mantener delante de la colina, cuando había buen viento, volando durante horas.

Más tarde se descubrió que existían otras maneras de volar a vela. Se exploraron las térmicas, la onda de montaña etc. Y poco a poco como una adaptación, como si los aviones conocieran las teorías de Darwin de la evolución de la especies, los veleros, los planeadores, fueron cambiando, aumentando su alargamiento en las alas, estilizando su fuselaje, hasta llegar a lo que son hoy día.

Modelo de última generación de planeador
Modelo de última generación de planeador

Pero retomando lo que decíamos al principio, cuando llega el invierno, las térmicas desaparecen, la atmósfera entra en una hibernación, sin apenas movimientos verticales, y los pilotos de vuelo a vela, pacientemente esperan a que llegue la primavera y el verano y que el aire salga de su letargo. Esos “meneos” que tan desagradables son para la aviación general durante los días calurosos de la canícula, son la alegría de los pilotos volovelistas.

De todas formas no todas las puertas se cierran a la vez. No cabe duda de que en general en invierno no hay térmicas, encima muchos días está el cielo nublado, con lo cual la insolación del terreno es inexistente… ¡pero hay viento! ¡Pues volvamos a los principios! Si tienes las suerte de que tu campo de vuelo está pegado a una montaña, y el viento sopla con ganas contra ella, se forma delante una bonita ascendencia, que si no te permite volar cientos de kilómetros, por lo menos te quitas “el gusanillo”, admiras un paisaje espectacular por la belleza de la nieve y disfrutas de un rato de vuelo, aunque sea a costa de pasar un frío, a veces desgarrador. ¡Las cabinas de los veleros carecen de calefacción! no hay motorcito que nos caliente.

Aviones ASK-21 del Club de vuelo a vela de Kent, Inglaterra, preparados para un vuelo invernal (http://www.kent-gliding-club.co.uk/)
Aviones ASK-21 del Club de vuelo a vela de Kent, Inglaterra, preparados para un vuelo invernal
(http://www.kent-gliding-club.co.uk/)

Volando en Enero delante de la cadena montañosa de Somosierra, hice este video que intenta expresar la belleza, la serenidad, y las maravillosas sensaciones que se pueden experimentar montado en un velero.

 

 

 

Acerca de Carlos Gómez-Mira

Carlos Gómez-Mira
Carlos Gómez-Mira se inició en la aviación como piloto de vuelo a vela a la edad de quince años. Posteriormente ingresó en la Academia General del Aire. Posteriormente hizo el curso de caza y ataque en Talavera la Real, y acabó destinado en el Ala de Caza nº1 en Manises (Valencia) durante 9 años.

Abandonó el Ejército del Aire a la edad de 33 años, ingresando en la Compañía Iberia, en la cual estuvo volando hasta su jubilación, aunque desde los 60 a los 65 años, voló para Iberia pero en el wet lease de Audeli, volando el B-757, el A-340 y el A-320. Ya jubilado, continúa volando en veleros y avionetas.

Gran aficionado al vuelo a vela, ha sido campeón de España y de Castilla León varias veces. Acumula más de 26.000 horas de vuelo y además de su vocación aeronáutica es un gran aficionado a la escritura, habiendo ya publicado tres novelas, además de otros libros de relatos o técnicos.