Por: Carlos Gómez-Mira
Además de nuestra vocación militar, existía en nosotros, los aspirantes a ser aviadores, algo muy específico, ser pilotos.
Tuvimos que esperar hasta el tercer año para que ¡por fin! nos subiéramos en un avión.
Mi caso era muy curioso. Yo empecé a volar ¡con quince años! Con esa edad me apunté a un curso de vuelo sin motor en Somosierra. Un mes tirando de unas “gomas” que se ponían en el morro de un incipiente avión, si es que así se le podía llamar, pues no tenía ni cabina ni instrumentos. Lo tirábamos colina abajo y desde donde aterrizaba, lo montábamos en un carrillo para subirlo arriba de la montaña de nuevo y así mañana y tarde. Al final del curso, de todo un mes haciendo esto acumulé la friolera de ¡22 minutos de vuelo!
Pero esto era el principio, pues verano tras verano fui cogiendo experiencia en veleros de más entidad, ya con cabina de verdad, volando horas y horas.
El resultado fue que cuando empecé el tercer curso en la Academia yo ya tenía más de 350 horas de vuelo.
Cierto que en avioneta tan solo había volado un par de veces, pero en un velero había hecho de todo, acrobacia, aterrizajes en medio de un trigal, todo tipo de maniobras, y hasta vuelo dentro de las nubes.
Cuando con toda nuestra ilusión nos aproximamos a la torre el primer día en el cual íbamos a volar la Bücker, yo tuve la alegría de saber que mi “proto” era el Capitán Agustín García Vargas, reactorista de gran cuerpo y superior corazón al cual yo miraba con arrobo pensando si algún día podría ser como él, no de cuerpo, pues soy casi enano, pero sí de espíritu.
En aquella época se decía que el vuelo sin motor “creaba vicios”, cosa curiosa. Es cierto que en un velero se emplean más “los pies” que en un avión convencional, pero al final vuela como cualquier otro aerodino.
Por eso yo no dije en absoluto a mi “proto” la experiencia que tenía en mis queridos veleros.
Agustín García Vargas, me dio un briefing exhaustivo sobre lo que iba a constituir mi primer día de vuelo, y sin más dilación nos fuimos a la Bücker.
Me dejó hacer el rodaje que efectué sin problemas, y me alertó de cómo hacer el despegue. Hice éste mientras él decía por la “trompetilla” para comunicarnos: “muy bien chaval, muy bien chaval” Seguimos con virajes, subidas, bajadas y en un momento dado me pidió: “Ahora corta motor y haz un planeo” ¡Jopé planeos a mi que eran mi especialidad! Durante el planeo me pidió hacer diferentes virajes y al acabar me pregunta por la trompetilla: “¿Oye tú ya has volado, verdad?” Como yo no podía responderle de palabra, lo hice con un signo afirmativo de la cabeza. “Ya lo noto” fue su respuesta. Otra vez me pregunta: “Tienes más de 100 horas?” Nuevo signo afirmativo con la cabeza. “Más de 200” Otra vez asiento moviendo mi cabeza. “¿Mas de 300?” Pregunta de nuevo, una vez más muevo la testa arriba y abajo. Entonces sacó las manos de la cabina, las puso en los asideros que había en el plano superior y me gritó: “¡Pues haz lo que quieras!”
Yo empecé a coger el aire a mi montura, hice virajes, subidas, maniobré disfrutando y en un momento dado me preguntó: “¿Has hecho acrobacia? Yo moví la cabeza un poco lateralmente para decirle, “pues bueno, algo he hecho”. Nos tiramos a por un looping. Cogí 190 Km/h y tiré con decisión. Lo único es que él me metió el motor a fondo en la subida, yo estaba acostumbrado a los veleros que por cierto no tienen motor.
La verdad es que me salió bastante decente. Hice caídas de ala y otras “cositas” y al final me preguntó: “¿Has aterrizado con la Bücker?” hice un movimiento negativo con la cabeza. “¿Quieres hacerlo”, le contesté por signos que sí.
Me cantó un poco la toma, pues en un velero se entra más plano, pero no me salió mal.
Cuando llegamos al parking y salimos de la Bücker me preguntó: “¿Eres piloto privado verdad?” Yo entonces le conté que tan solo había volado en veleros. Se echó las manos a la cabeza mientras decía: “¡Y te he dejado el avión en el aterrizaje!” Yo entonces le relaté mi historia y mi experiencia.
Mis horas en los veleros hechas antes de entrar en la “Cueva” hizo que yo tuviera siempre una gran ventaja sobre los demás. Cuando mis compañeros estaban todavía intentando saber en dónde estaba la T o en que posición se tenía que volar el viento en cola, yo ya aterrizaba sin ningún problema con la Bücker. Siempre pude ir por delante de los demás. Cuando llegaron las formaciones estaba muy acostumbrado a volar pegado a otros veleros en una térmica o a hacer vuelo “juntito” con otros aviones.
Y cuando llegaron las primeras clases de instrumentos ya sabía cómo volar con ellos pues bastantes veces había estado volando a vela dentro de las nubes interpretando un horizonte artificial o un bastón y bola que todavía es más difícil, y tenía la experiencia de no confiar en mis sensaciones y hacerlo en los instrumentos.
Han pasado ya más de 53 años desde que me monté por primera vez en un planeador. En todo este tiempo nunca he dejado de volar en ellos, ¡y sigo haciéndolo! Eso y las avionetas es lo único que me queda para seguir en el aire, y espero que todavía me dure unos cuantos años más.
Buenos días: Soy la hija del Capitán Agustín García Vargas al que se hace referencia en este artículo (hoy ya Coronel retirado y con ochenta y muuuuuchos años…), y se me ha ocurrido mirar por Google si habría alguna información relativa a mi padre, y me he encontrado con este artículo de Carlos Gomez-Mira que fue alumno suyo en la Academia…
Voy a imprimirlo y a llevárselo a mi padre cuando vaya a verlo, pues seguro le alegrará saber que uno de sus alumnos le recuerda con afecto en su primer vuelo en la Bücker¡¡¡.
Desde pequeños, los cuatro hermanos siempre le escuchábamos a mi padre comentar que una de las etapas más felices de su vida profesional fue precisamente de profesor de vuelo a los alumnos de la Academia.